El viaje a España fue, la verdad, muchísimo mejor de lo que había pensado.
No teníamos los recursos para viajar mi esposa y yo acompañando a la consulta que Gaby tendría con el Dr. Juan Narbona en la Clínica Universitaria de Navarra, así que decidimos que me tocaría a mi viajar con la niña que, para ese entonces, tenía poco menos de tres años. Gaby estuvo despierta de Guatemala a Panamá, escala que IBERIA realizaba en aquel entonces. Las cosas nos fueron mucho mejor de Panamá a Madrid porque en nuestra fila (en el medio), solamente estábamos Gabriela y yo, así que levanté el reposa brazos y le armé una camita y durmió todo el trayecto hasta casi aterrizar en Barajas. Luego de Madrid a Pamplona la paz total, a nuestro lado viajaba un médico de la Clínica Universitaria que en cuanto despegamos sacó su laptop y creo que quería revisar algún material, pero sus planes se vieron truncados cuando Gaby se interesó en el dispositivo y no le quedó más remedio, a pesar de mis disculpas insistentes, que ponerle una película de dibujos animados, ¡Dios bendiga a ese chico!
Ya en Pamplona ella no congió jamás el horario y yo, en consecuencia, pasaba despierto prácticamente todo el día. A pesar del clima, me duchaba por la mañana con el agua gélida de Gorraiz, en donde Sergio y Olivia (mis amigos y hermanos españoles) vivían y nos hospedaban; ese baño de agua que parecía salir del refrigerador ayudaba mucho a mantenerme despierto.
En la clínica hicieron muchas evaluaciones e interconsultas, una de ellas con el psicopedagogo y lingüista Dr. Gerardo Aguado que ya había tratado unos años antes a nuestro hijo mayor cuando vivimos en Pamplona.
Acudimos a la consulta del Dr. Aguado al inicio de la tarde, de nuevo en el Centro Huarte de San Juan en la calle Tudela, cerca de la antigua estación de Autobuses que algunos años antes fue mi puerta de entrada a Pamplona cuando vine a vivir una experiencia formativa sin comparación.
La consulta discurrió muy bien hasta que me percaté que Gabriela requería cambio de pañal, entonces le pedí permiso al doctor Aguado para cambiarla. Mientras hacía ese procedimiento tan practicado -desde mucho antes de tener hijos, incluso armando los pañales de tela que utilizábamos con los niños en mi época de formación como pediatra, hace algunas décadas-, el doctor registraba toda la interacción que había tenido con la pequeña, cada palabra, cada detalle, cada mirada, lo típico de un científico de su talla: tremendo observador.
– Hablas muy poco con tu hija -me dijo-
– ¿En verdad? -le respondí-
– Si, debes hablarle más en cada oportunidad…
Aquello fue un balde de agua fría, una llamada de atención, una advertencia profesional importante y algo que me retaba tremendamente porque yo hablo poco, excepto si tengo un micrófono en mano. Creo que soy una persona retraída, tímida en algunos momentos, que disfruta el silencio y los momentos de reclusión en mi mismo, aunque conmigo mismo desarrollo tremendos diálogos que resultan reguladores de mi conducta y emoción, pero hacia afuera no hablo tanto como forma de interacción. Lección aprendida y asimilada con el doctor Aguado, sigo sin hablar mucho, pero desde ese momento había un esfuerzo consciente de hablarle más a Gaby.
HABLARLE A NUESTROS HIJOS
En los años 90’s Betty Hart y Tedd Risley divulgaron los resultados de una investigación sobre la producción verbal de los padres hacia sus hijos en hogares de distinto nivel económico y que ha sido conocido como THE 30 MILLION WORD GAP. Este estudio, cuya metodología ha sido cuestionada recientemente, despertó el interés por aumentar el contenido de interacciones verbales con los preescolares: hablarles, cantarles y leerles se convirtió en un propósito claro y decidido para el sistema escolar de los Estados Unidos y en otros países en los que se dejó ver la influencia de las conclusiones del estudio.
El que se haya revisado y criticado la metodología del estudio de Hart y Risley no implica que parte de sus conclusiones sean válidas y que la exposición de los niños al lenguaje tiene un impacto muy grande en su desarrollo. Hablarles y hablarles mucho, cantarles y cantarles mucho, leerles y leerles mucho debe ser casi una consigna para nosotros los padres y docentes, especialmente en esa etapa crítica de la vida de los primeros 1000 días que incluyen casi los tres primeros años de vida extrauterina. Y, aunque palabras no se escuchen propiamente dentro del vientre materno, si los bebés son sensibles a ciertos aspectos del ritmo, tono, melodía y otros de la voz de su madre, es decir, hay que hablarles desde antes de nacer.
La neuropsicóloga Rachel Romeo hace una afirmación contundente en este sentido, «hablarles a los niños, cambia su cerebro» y sigue recomendado que «los niños deben ser expuestos a cantidades importantes de lenguaje».
El impacto no es solamente en el desarrollo de sus habilidades comunicativas, también lo hace en sus competencias sociales, cognitivas e intelectuales. El lenguaje ha modificado, evolutivamente, el cerebro humano y nuestro desarrollo como especie, exponer a los niños a entornos de comunicación apropiado tiene un efecto plástico positivo en su sistema nervioso y también impacta su futuro social y académico.
Termino esta nota recomendando la lectura del artículo BEYOND THE 30 MILLION WORD GAP: CHILDREN’S CONVERSATIONAL EXPOSURES IS ASSOCIATED WITH LANGUAGE RELATED BRAIN FUNCTION de Rachel R Romeo y colaboradores. El artículo es de acceso gratuito y solamente está en idioma inglés, muy bien documentado desde el punto de vista bibliográfico y también en una serie de técnicas de investigación en neurociencias.
https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/29442613/
