En el mes de marzo me comparten la noticia que un amigo muy querido había iniciado con problemas respiratorios y la prueba para SARS-CoV-2 fue positiva. En los días siguientes fue el esperar y ver como sus manifestaciones clínicas se acentuaban cada vez más y hacían necesario tratamiento más agresivo. La confianza quedaba depositada en Dios y en la fortaleza de este hombre fuerte, trabajador y de vida sana.
Luego, en el tiempo, se han ido sumando las noticias de más personas queridas que han dado positivo para este virus, algunos han desarrollado la enfermedad COVID-19, otros no.
Sin duda en ese momento surgen algunas preguntas:
¿En dónde lo adquirí?
¿Quién me contagió?
Preguntas que no buscan señalar a un culpable sino explicar la situación, dar una idea que en algo ayude a aliviar la preocupación natural que aquello genera. Pero hay una pregunta inicial muy dura y que resulta en extremo preocupante:
¿Lo habré contagiado a algún miembro de mi familia?
Ya la preocupación no está en uno mismo, está en los seres queridos, el interés deja de ser personal para trasladarse a todos los que forman el núcleo familiar y que pudieran haber estado en riesgo de contagiarse.
Pero, después de ese momento inicial, de saber que se es positivo al SARS-CoV-2 y que ese agente infeccioso está replicándose en el cuerpo, en muchas células, devienen cinco preocupaciones que solamente el tiempo resolverá:
¿Presentaré un cuadro asintomático?
¿Cursaré solamente con síntomas leves?
¿Desarrollaré un cuadro moderado que requerirá hospital?
¿Se agravará mi cuadro y me enviará a intensivo?
¿Moriré?
La tierra se estremece bajo los pies. Claro, todo puede cambiar en los siguientes días. Todo se torna inseguro, impredecible. Es un estado de incertidumbre confiando en la mejor de las posibilidades, pero sabiendo que también puede ocurrir la peor, especialmente si hay algún factor de riesgo.
Y mientras se pasa ese shock inicial y los días siguientes de angustiosa espera para saber la evolución que el cuadro tendrá, ellos se topan con chistes sin sentido en las redes sociales, manifestaciones de personas pidiendo que levanten las medidas de prevención, publicaciones de personas que no creen que esto sea real… Pero no tienen tiempo para tonterías, para vanalidades, superficialidades sin sentido, su tiempo es más que oro porque saben que existe una posibilidad, pequeña, pero real que sea su último tiempo o que los días por venir sean tormentosos.
Tiempo de fe, de examen interior, de búsqueda intensa de la paz en medio del ruido exterior. Tiempo de trascendencia, de encuentro sobrenatural.
Gracias a Dios muchos de ellos ven pasar los días y, aunque no lo vean, saben que su cuerpo está trabajando intensamente para contrarrestar la infección y desarrollar defensas. Saben que pronto podrán volver a sus rutinas y que formarán parte de esas legiones de luchadores que vencieron al SARS-CoV-2 o la COVID-19.
