Siempre me han llamado la atención las investigaciones que relacionan diversos aspectos ambientales con el incremento de los casos de autismo o el aumento de la probabilidad de presentar autismo. Considero que si existe una relación de causalidad pero no son esas las conclusiones de un estudio publicado en Molecular Autism (Modabbernia, 2017).
Esta publicación a la que me refiero indica que muchos de los estudios relacionados con autismo y ambiente giran alrededor de temas como vacunas, fumar (por la madre), exposición a thimerosal, uso de técnicas de reproducción asistida y otros, sin que se demuestre que estos tienen relación con el autismo.
De todos los factores que se han estudiado los que han mostrado una relación significativa es la edad avanzado del padre, ciertas deficiencias nutricionales durante la gestación (ácido fólico, omega-3 y vitamina D) y algunas complicaciones al nacimiento que conduzcan a hipoxia-isquemia, una relación débil se observa con obesidad materna, diabetes materna y otros.
Ahora bien, aunque no descartan la posibilidad de la relación tóxicos ambientales y autismo, si indican que la mayor parte de los estudios tienen problemas metodológicos en su diseño.
Este es un tema muy interesante e intrigante. El impacto de los tóxicos ambientales puede ocurrir a distintos niveles:
– Estrés oxidativo
– Disrupción endócrina, efecto de xenohormonas
– Efectos sobre aspectos genéticos
– Inflamación
– Alteración en la producción y niveles de neurotransmisores
– Alteraciones en los procesos de señalización celular
– Diferente forma de expresión genética
– Etc.
Varios estudios siguen en marcha en relación a este tema. Esperemos que nos den luces en los próximos años, lo que si sabemos es que tenemos que mejorar las condiciones ambientales y disminuir factores tóxicos en el entorno en el que vivimos.
