A mi me cuesta poner atención, dichosos los que logran sostenerla.

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Llevo toda la vida de estudiante. Muy pequeño comencé a ir a la escuela acompañando a mi madre que ejerció de maestra por muchos años. Habré ido por primera vez entre los 1 y 2 años, desde ese entonces hasta hoy sigo en la escuela, sigo aprendiendo, sigo de estudiante.

Puedo entrar dentro de la categoría del «eterno estudiante», que a veces se usa en sentido despectivo, pero a mi me parece tan fantástica y descriptiva de aquellos que nunca se han cansado de aprender.Me llamo Carlos y he logrado medir mi umbral de atención, oscila entre 15 y 20 minutos. Con ese tiempo de atención tan corto estudié el colegio, bachillerato, la universidad y postgrado. Sentado en casa cogía un libro, leía, subrayaba, hacía apuntes y a los quince minutos, algunas veces lograba pasarlo, cambiaba a otro tema. Por eso siempre llevaba conmigo una pesada carga de libros porque coger uno solo y pasar horas, como mis amigos y compañeros, resultaba imposible.

Una vez una doctora le preguntó a otro:
– ¿Quién es Carlos Orellana?
Y el otro médico le respondió:
– El de los libros.
Así me identificó porque siempre cargo varios materiales conmigo para entretenerme, leer uno solo y permanecer en ese libro hasta terminarlo es algo así como «misión imposible». No soy de aquellos que inician un tema hasta que lo terminan, claro que los termino, pero con muchas pausas y cambios en el camino.

Decidí no ser cirujano el día que entré con el Dr. Luis Mendoza Burgos y la Dra. Lourdes Santizo, ambos eminentes cirujanos, a un procedimiento que inició a las diez de la noche y culminó a las nueve o diez de la mañana del día siguiente. Aquello fue emocionante y demandante. Una cirugía compleja que se complicó mucho pero que salió adelante por la pericia de los dos cirujanos. Esto no es lo mío, me dije e hice bien. Imposible estar en la misma tarea por tanto tiempo y con la atención muy focalizada. ¡Cuánta admiración por los cirujanos!
Por eso opté por la pediatría. El pediatra, al igual que sus pacientes, va saltando de una cosa a otra y manejando mil cosas a la vez. Todo es a prisa, si se tarda mucho la cuestión se complica.

¿Qué hago para poner atención?
Hago muchas cosas que no se le permiten a los escolares y que son lógicas, muy razonables. Cuando acudo a escuchar una conferencia, participo como alumno en algún curso o cualquier actividad parecida:
1. No uso dispositivos electrónicos más que para tomar alguna fotografía de lo que están exponiendo.

2. Tomo apuntes todo el tiempo. Voy haciendo mis diagramadas.

3. Mantengo una taza de café o un vaso de agua. A los chicos no se les permite eso dentro del aula.

4. Me pongo de pie y camino. Tampoco se le permite a los escolares, deben mantenerse en su escritorio.

5. Necesito cambio de actividad a los 15-20 minutos. Si la conferencia sigue entonces hago algo, incluso ir a traer café para otros, para volver a la actividad. Algunos chicos en el aula se beneficiarían de cambios de actividades cada 10 a 15 minutos y no mantener todo el período de clases en lo mismo sin cambios.

6. Si me perdí y no logró reenfocar la atención, me separo de la actividad, hago un dibujo y luego vuelvo. Imposible pensar que un chico, dentro de un salón de clases, pueda hacer algo diferente de lo que el docente ha programado aunque su programa dure 30 o más minutos.

7. Selecciono mi lugar, preferentemente solo o alejado de compañeros que son buenos conversadores.

Y otras cosas más.

Me sorprende cuando dicen de algún chico de edad escolar que no logra prestar atención por más de quince minutos… Para mi ese tiempo es un buen tiempo. Si se puede más, pues excelente, dichosos.

1 Comment

  1. Excelente. Ojalá los maestros programaran sus clases teniendo esto en cuenta.
    Recuerdo que yo tenía un niño en una clase que necesitaba algún cambio o receso cada 5 a 10 minutos. Él tenía muchísimos problemas en la escuela secular, pero nunca conmigo. Le expliqué a todos que él tendría el privilegio de pararse y moverse dentro de un área determinada (a mi vista) durante la lección. Los demás niños entendieron. Nunca tuve dificultades con él; excelente jovencito.

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