Salimos para España todos, acompañados con la tía Zuly (hermana de mi esposa). Vuelo Guatemala-Madrid. Llegamos al aeropuerto Madrid-Barajas (aeropuerto Adolfo Suárez, que así se llama) y me dirigí al lugar en donde había apartado un automóvil, el más económico que había encontrado y en el que nos podríamos movilizar los seis y algún acompañante adicional. Pues no había automóvil, no lo apartaron pero si hicieron el cargo a mi tarjeta y eso fue lo que les hizo asumir la responsabilidad de darme un auto.
Creo que por lo que se había generado me dieron un automóvil precioso, grande y espacioso, incluso le pusieron el WiFi. Es decir, compensaron con creces el error. Esa fue el primer punto a favor de esta visita.
El segundo punto a favor vino cuando no nos permitieron hospedarnos en un hotel sino que inmediatamente una amiga monja nos integró en su monasterio. Llegamos a romper la paz, armonía y el horario de un monasterio de monjas un poco mayores, pero estaban felices de tener nuestro bullicio.
Varios días después llegamos a Pamplona en donde había sido invitado para dar un par de conferencias en un seminario sobre educación. Se agregó una tercera conferencia con la Asociación Navarra de Autismo por invitación de Amaya, su presidenta, ese fue el tercer punto a favor de la visita.
El cuarto punto a favor fue que los suegros de mi amigo Sergio no permitieron que nos hospedáramos en ningún otro lugar que no fuese su casa. Un lugar precioso en el que se come de maravillas porque la suegra de Sergio hace magia con la comida. En esa casa hubo muchísimos puntos a favor.
Y el punto final a favor fue la visita a la Escuela Isterria, a pocos kilómetros de Pamplona. Isterria es una preciosa escuela de educación especial, un espacio inclusivo tremendo y lo digo sin ningún reparo: en esa escuela todos son incluidos, todos son parte, todos son comunidad y todos están en relación con todos, en una convivencia que toca el corazón.
Llegamos a Isterria y nos recibieron con mucha cordialidad. Gaby no se despegaba de nosotros pero miraba todo con mucho detenimiento y atención. Fuimos a ver algunas aulas y coincidimos con la salida de un grupo de su salón de clases. Inmediatamente los niños se acercaron a Gaby y una de ellas le cogió de la mano y le hacía preguntas.
– ¿Por qué no habla? – Me preguntó la niña.
– Porque ella no sabe hablar. -Le respondí.
Le pareció perfecta la explicación y la aprobó, pues entonces ella se dedicó a hablarle, los demás chicos no se apartaban y a nuestra niña se le miraba tan cómoda con ellos, aceptada desde el primer instante. Fue bienvenida a la primera, fue valorada a la primera por el sencillo hecho de ser ella, no era ningún diagnóstico, no era ningún nada, era Gaby.
No me cansaré de decir que la inclusión más perfecta que ha experimentado Gaby, fue en una escuela de educación especial en Navarra. Escuelas que muchas personas quieren cerrar.
Se me vino este recuerdo a la mente por un comentario de mi amigo Angel, psicólogo guatemalteco.

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