
El lenguaje es la forma en la que los seres humanos intercambiamos ideas, emociones y sentimientos. Es un logro grandísimo de nuestro sistema nervioso, maravilloso y difícil de describir en plenitud.
El ser humano ha evolucionado, en gran parte, por el lenguaje. Desarrollamos esa habilidad en su forma gestual y verbal, es difícil decir cuál fue primero y a lo mejor ambas fueron simultáneas. Con el tiempo se fueron agregando elementos o se fueron desarrollando aún más: contacto visual, empatía, teoría de la mente y los aspectos fonológicos, léxicos, sintácticos y semánticos fueron haciéndose más sofisticados hasta constituir esa diversidad de idiomas y lenguas que en la actualidad utilizamos.
Tardíamente en nuestra historia apareció el lenguaje escrito y con él la lectura. Escribimos porque alguien lee. Van de la mano. Aunque en los escolares iniciales vemos que la lectura antecede un poco a la escritura.
No hemos tenido la oportunidad de dotar al lenguaje escrito de toda la riqueza comunicativa del lenguaje verbal y esto se evidencia aún más cuando ambos interlocutores no están presentes y se confía al contenido de lo escrito. Para ayudarnos en ese aspecto aparecieron los signos de puntuación como un elemento para intentar imitar, de alguna forma, varios de los elementos no verbales del lenguaje, especialmente la prosodia (en realidad este es su fin).
Los signos de puntuación destacan estructuras y provocan imágenes mentales de lo que se lee (Keith Houston, 2015). Precisamente esto era lo que buscaba Aristófanes por allá del siglo III en la ciudad egipcia de Alejandría (en realidad la Alejandría de aquel entonces era más helénica que egipcia). Él sugirió el uso de la comma, colon y periodus para dar entonación a la lectura. En realidad el buscaba alguna forma de romper con la scripto continua (Daniel R. Sparza, 2016)
Pero la difusión del uso de los signos de puntuación en realidad debe atribuirse a los escribas cristianos y para el siglo VII Isidoro de Sevilla actualiza el sistema de Aristófanes dejándonos el punto bajo (coma) y el punto alto (punto y seguido o punto y final) y más adelante las palabras se separaron con claridad. Finalmente se tomaron algunos elementos del canto gregoriano que fueron incorporados a la escritura como es el caso del punto y coma (punctus versus) que tanto Keith Houston como Daniel R. Sparza mencionan en sus artículos.
El acta de nacimiento de los signos de puntuación quedó firmada con la Biblia impresa por Gutenberg en 1450. ¡Ya eran oficiales en la escritura!
Una historia que va de Alejandría a Maguncia con escala en Sevilla, extraño viaje.
Parecía que la cosa estaba resuelta en buen parte pero no del todo. Los signos de puntuación intentaban cubrir, parcialmente, la prosodia del lenguaje verbal.
La lectura se fue haciendo más popular con el paso del tiempo y comenzamos a escribirnos cartas, editar libros, guardar memorias escritas, redactar documentos oficiales, etc. Lo que hicieron los sumerios en la Mesopotamia (invención de la escritura) tardó casi siete mil quinientos años para incorporar una serie de elementos sin los cuales la lectura de lo escrito se hace muy compleja: los signos de puntuación.
Al leer decodificamos ideas de otros, con mucha probabilidad extraemos su significado pero no con la plenitud de la conversación presencial verbal (incluso la comunicación verbal por dispositivos como el teléfono se pierde de algunos elementos si es que no podemos ver al interlocutor, aunque ahora ya se puede).
Las redes sociales nos han hecho dar un salto atrás en esto porque muy pocas veces el lector se detiene a pensar realmente el sentido del mensaje de quien lo ha escrito y puede terminar atribuyendo los propios estados mentales o emocionales al otro, sin que esto corresponda con la realidad de quien los escribió. Podemos pensar que el otro está enojado pero esa es una percepción personal del lector que puede estar equivocada o puede que sea el lector quien está enojado y atribuya este estado a quien escribió…
No asumir realidades y atribuirlas al otro. Hay que leer con pasión y tratar de descubrir el verdadero sentido del mensaje, algunos escritores tienen la gran habilidad de lograrlo en sus textos pero cuando esto no es así, es importante tratar de coger elementos del contexto y otros que puedan estar a mano para descubrirlo, atribuirlo sin fundamento puede llevarnos a cometer graves errores de interpretación.
Compañera
usted sabe
puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo…
Fragmento de «Hagamos un trato» del poeta Mario Benedetti.
Si no entendía que «podía contar con él», se perdía todo el trato, se perdía todo el poema. Pero Benedetti es uno de esos escritores que logra hacer que quien le lee, comprenda lo que le quiere decir. ¡Dichoso!