
Vivir en una ciudad grande, poco planificada desde el punto de vista urbanístico y con problemas de tráfico no abordados en su raíz sino solamente en los aspectos cosméticos provoca un constante y sostenido desgaste que bien pudiera definir un nuevo síndrome: ESTRÉS POR TRÁFICO.
Basta mirar a los conductores que van a nuestro lado o a nosotros mismos mientras conducimos o nos movilizamos en el transporte público. Nuestra conducta cambia dramáticamente en algunos casos y son admirables aquellos que conservan la compostura, cuestión que en lo personal me cuesta mucho, muchísimo.
La calle de la ciudad se llena de millones de personas y vehículos queriendo llegar pronto a su destino. Gente que viaja con la presión del tiempo, que ha dormido poco porque se acostó tarde y se levantó temprano (llegó tarde a casa también por el tráfico), con limitado tiempo de reparación y recuperación, que recorren distancias largas entre su casa y el trabajo y viceversa, que van vigilantes del movimiento de los otros conductores que oscila entre lento y prudente a salvaje y maliciosamente imprudente-vengativo. Y además de todo esto toca superar las dificultades provocadas por los que se las llevan de muy “pilas” pasándose por encima de las normas y mostrando su absoluto desprecio por la seguridad e integridad de los demás.
Los peatones caminan vigilando sus pertenencias, los movimientos de los otros, las imprudencias de los conductores de vehículos, corriendo para llegar a la parada del autobús… Uf, esto es una letanía de situaciones complejas.
¿Y qué produce en nosotros?
- Signos claros de estrés que va descontrolándose y condicionando la manifestación de cuadros neuropsiquiátricos
- Algunos con manifestaciones de trastorno de estrés postraumático como consecuencias de situaciones complejas que han ocurrido en la vía pública
- Cansancio crónico
- Falta de sueño con todas sus consecuencias: deterioro de la función ejecutiva, alteración de la memoria y capacidad de aprendizaje, afección a la respuesta inmune, etc
- Sobrepeso y obesidad
- Cefalea
- Conflictos laborales y familiares
- Aumento de la presión arterial
- Etc.
El precio de vivir en una ciudad caótica es alto, se va pagando en incómodas mensualidades que van agotando sin piedad nuestras reservas emocionales y de energía física hasta dejar vacías nuestras arcas y limitando la capacidad de reparación.
Queda la posibilidad de volver a nuestros pueblos y dejar a los capitalinos su ciudad que un día fue llamada “la tacita de plata” porque ellos también perdieron su comodidad con el boom migratorio que inició después del terremoto de 1976 y se potenció por el descuido de nuestros gobernantes de generar condiciones que permitieran el desarrollo de otras regiones del país.