PERDIENDO LA SALUD EN EL TRÁFICO.

Imagen de Geralt en Pixabay

   Vivir en una ciudad grande, poco planificada desde el punto de vista urbanístico y con problemas de tráfico no abordados en su raíz sino solamente en los aspectos cosméticos provoca un constante y sostenido desgaste que bien pudiera definir un nuevo síndrome: ESTRÉS POR TRÁFICO.

   Basta mirar a los conductores que van a nuestro lado o a nosotros mismos mientras conducimos o nos movilizamos en el transporte público.  Nuestra conducta cambia dramáticamente en algunos casos y son admirables aquellos que conservan la compostura, cuestión que en lo personal me cuesta mucho, muchísimo.

   La calle de la ciudad se llena de millones de personas y vehículos queriendo llegar pronto a su destino.  Gente que viaja con la presión del tiempo, que ha dormido poco porque se acostó tarde y se levantó temprano (llegó tarde a casa también por el tráfico), con limitado tiempo de reparación y recuperación, que recorren distancias largas entre su casa y el trabajo y viceversa, que van vigilantes del movimiento de los otros conductores que oscila entre lento y prudente a salvaje y maliciosamente imprudente-vengativo.  Y además de todo esto toca superar las dificultades provocadas por los que se las llevan de muy “pilas” pasándose por encima de las normas y mostrando su absoluto desprecio por la seguridad e integridad de los demás.  

Los peatones caminan vigilando sus pertenencias, los movimientos de los otros, las imprudencias de los conductores de vehículos, corriendo para llegar a la parada del autobús…  Uf, esto es una letanía de situaciones complejas.

   ¿Y qué produce en nosotros?

  • Signos claros de estrés que va descontrolándose y condicionando la manifestación de cuadros neuropsiquiátricos
  • Algunos con manifestaciones de trastorno de estrés postraumático como consecuencias de situaciones complejas que han ocurrido en la vía pública
  • Cansancio crónico
  • Falta de sueño con todas sus consecuencias: deterioro de la función ejecutiva, alteración de la memoria y capacidad de aprendizaje, afección a la respuesta inmune, etc
  • Sobrepeso y obesidad
  • Cefalea
  • Conflictos laborales y familiares
  • Aumento de la presión arterial
  • Etc.

   El precio de vivir en una ciudad caótica es alto, se va pagando en incómodas mensualidades que van agotando sin piedad nuestras reservas emocionales y de energía física hasta dejar vacías nuestras arcas y limitando la capacidad de reparación. 

   Queda la posibilidad de volver a nuestros pueblos y dejar a los capitalinos su ciudad que un día fue llamada “la tacita de plata” porque ellos también perdieron su comodidad con el boom migratorio que inició después del terremoto de 1976 y se potenció por el descuido de nuestros gobernantes de generar condiciones que permitieran el desarrollo de otras regiones del país.

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