El estudiante reconoce inmediatamente al profesor que está realmente interesado en él como persona integral, esto significa en todas sus dimensiones. Y en el momento en el que identifica esa forma particular de afecto abre sus oídos, abre su corazón y abre su mente a aquello que el profesor quiere decir o quiere enseñar.

El requisito fundamental es, entonces, el “amor”. El amor que pone el profesor a la tarea de enseñar y el amor que manifiesta por aquellos que le han sido asignados como alumnos. Cuando este ingrediente está presente la magia se desencadena, el alumno que antes no rendía comienza a rendir, comienza a aprender, se siente motivado y el que ya lo hacía sube uno o muchos escalones más en ese proceso de crecer a través del aprendizaje y la formación. El amor que el maestro pone y manifiesta es el motor fundamental para la motivación tanto extrínseca como intrínseca.
Insisto: el alumno sabe detectar esto.