SENTIR, PERCIBIR Y EMOCIONES.

ALGUNAS EXPERIENCIAS SENSORIALES TIENEN UN FUERTE COMPONENTE EMOCIONAL.

Imagen tomada de Pixabay

   Una reflexión teórica más.  Lo digo como introducción porque una persona que me honró con leer una publicación anterior, dejó un comentario: “demasiado teórico”.  Pues eso es lo que pretendo, un marco de reflexión personal a un tema actual e importante, los Trastornos del Procesamiento Sensorial.  Los considero como un elemento clave dentro de los signos-síntomas de varios diagnósticos del neurodesarrollo, su abordaje es determinante pero no acepto algunas cuestiones que los mismos expertos en esta materia también descartan: no toda la conducta puede ser explicado por el procesamiento sensorial y no todo es trastorno del procesamiento sensorial. 

   Los órganos de los sentidos junto con los receptores hormonales y de neurotransmisores son la fuente de información para el encéfalo, sin ellos quedamos aislados de nuestro mundo externo e interno, de acá su gran importancia.  Los sentidos no son solamente los que aprendimos en la primaria, hay muchísimos órganos sensoriales de diversidad de tipo: fotorreceptores, termorreceptores, nociceptores, quimiorreceptores, etc.

   De pequeño mi médico solía prescribirme dos tratamientos cuyo sentido no encuentro en la actualidad, pero no tengo nada que reclamar porque sobreviví, gracias al cuidado de mis padres y a la misericordia de Dios, a esa niñez enfermiza en una época en la que los recursos médicos eran limitados.  Uno de esos tratamientos era penicilina benzatínica, diez días de dolorosas inyecciones cotidianas en una época en la que jeringas y agujas eran esterilizadas una y otra vez porque no existía material descartable o al menos no era de uso común, las agujas iban perdiendo el filo de su bisel y se convertían en instrumentos de tortura; todos los días del tratamiento a las cinco de la tarde caminaba hasta la casa de doña Tere para que procediera a administrarme aquel medicamento.  Y el otro era tomado: pantomicina (eritromicina etilsuccinato).  Pues este medicamento sabía horrible, tan horrible que prefería las dolorosas inyecciones.  La dosis tenía que repetirse cada ocho horas, tres veces al día en los que la nausea y a veces los vómitos se converntían en mi reacción a aquel fármaco.  La última vez que me prescribieron aquello habrá sido por los diez años, probablemente.

   Tenía entre 20 o 21 años cuando visité una tienda para comprar unas semillas para hacer una siembra.  Cuando entré un estímulo entró por mi nariz y llegó a la profundidad de las áreas más primitivas de mi cerebro y comencé a hacer arcadas de vómito, palidecí y mi cuerpo se cubrió de un frío sudor.  Tuve que abandonar aquel lugar para no vomitar en el medio de la tienda y hacer un espectáculo de antonomasia.  Ya en la calle me sostuve en la pared, respiré profundo varias veces hasta que finalmente recuperé el control de la situación.  Aquella tienda olía a pantomicina.  Diez o más años habían pasado desde la última vez que tomé ese amargo fármaco, pero mi cerebro recordaba su olor, su sabor, las experiencias que provocaba, recordaba todo.

  Mi órgano sensorial (olfato) funcionaba muy bien, la transmisión de la información a estructuras superiores funcionaba muy bien, el estímulo fue muy bien reconocido por mi cerebro, el problema vino cuando intervino la memoria.  La tienda y su peculiar olor no representan ningún reto sensorial en sí mismos, el reto está en el almacén de información. 

   ¿Cuántas conductas de nuestros hijos con autismo o cualquier otra discapacidad podrían explicarse por la memoria que experiencias sensoriales evocan y no por un problema de procesamiento sensorial básico?

   Esta larga introducción sirve para seguir en el argumento de “no todo es sensorial”.  Acá abordaré una cuestión que considero importante: muchas experiencias sensoriales evocan recuerdos de la memoria, se impregnan de componentes emocionales y son esos recuerdos los que pueden provocar en nosotros la reacción desadaptada y no necesariamente la experiencia sensorial en sí misma. 

  La conducta tiene muchísimas explicaciones y muchísimas causas.  Parte de nuestra conducta es observada, la que expresamos; no expresar la conducta también es conducta.  Limitar las manifestaciones conductuales a resultados de experiencias puramente sensoriales es restringir el rango del obrar humano a un repertorio demasiado reducido y que no corresponde a su amplia y diversa forma de proceder (o no proceder).

   Llama poderosamente la atención el impacto que la memoria relacionada con emociones y las emociones en sí mismas pueden tener sobre la conducta.  Un ejemplo: el miedo puede disminuir la experiencia sensorial táctil.  Pero más sencillo aún, escuchamos una melodía que nos trae gratos recuerdos y la experiencia sensorial se queda impregnada de emociones positivas que modifican nuestra conducta.  Sentimos la música, integramos la información sensorial producida por la música pero lo que determina nuestra conducta es el recuerdo que evoca esa experiencia y no el sentir o procesar a nivel superior básico esa experiencia sensorial.  Y lo mismo puede ser en el sentido inverso, que evoque recuerdos desagradables y nuestra conducta corresponda a esos recuerdos.

   Un ejemplo de Rebeca Rago (Rago, 2014) me parece bueno en este contexto: escuchas la alarma de incendios y sientes el olor de humo.  Sales corriendo porque la información que tienes almacenada te dice que corres peligro y debes escapar de aquel lugar, para esto tu cuerpo se prepara en la respuesta de huida ante un estímulo estresante.  Sentiste un sonido, percibiste un sonido.  Sentiste un olor, percibiste un olor.  Pero la respuesta es consecuencia de lo aprendido, de lo almacenado en la memoria y no de la experiencia sensorial en sí misma.

ESTE ARTÍCULO ES PARTE DE UNA SERIE, EL PRIMERO ESTÁ PUBLICADO EN EL SIGUIENTE ENLACE:

https://carlosorellanaayala.com/2019/07/21/el-laberinto-y-el-sistema-vestibular-buscando-la-base-de-los-trastornos-del-procesamiento-sensorial/

REFERENCIAS

Rago R.  Emotion and our senses.  Consultado en julio del 2019 en https://sites.tufts.edu/emotiononthebrain/2014/10/09/emotion-and-our-senses/

3 Comments

  1. Se agradece Carlos, que metas las «narices» en todo esto; mi trabajo de Teoría de la representación no convencional; basa su argumento principalmente en lo poco estudiado de la función olfatoria a la hora de establecer convencionalismos conceptuales; la convención de la experiencia sensorial te otorga la posibilidad de comunicarte correctamente, y atribuir de modo consensuado significado o semántica a los procesos cognoscitivos. En la tesis propongo entender el TEA como una especie (analogía) de «daltonismo olfatorio», el sujeto percibe un estímulo olfatorio y anuda el estímulo a la experiencia , el lugar, el entorno y modo cultural; guarda ese recuerdo que aparecerá no como recuerdo sino como evocación, con toda una carga de significación únicas (como en tu caso el olor a la pantomicina), esta evocación se transforma en representación no convencional del olor de la pantomicina. Porque no convencional? por que solo en tu persona actúa de manera particular ergo responde todo tu cuerpo, tu química y tu conducta de manera anárquica sin aparente lógica o podemos decir «inadecuado». Llevemos esto a todos los órdenes sensoperceptivos (y tendría largo de explicar por que solo pensé en el olfato; hay teorías que lo consideran el primordial organizador del psiquismo del sujeto, paro los que creemos en él leer Flora Chade)… toda experiencia sensorial es introducida por los sentidos del niño TEA de manera NO convencional, representándose de cada experiencia un modo único de evocación con sus sensaciones cambios químicos y conductuales… que lo alejan de la posibilidad de comunicación, tanto más es la NO convención más los síntomas asociados al TEA.
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    Como siempre un gusto leerte

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