
28 DE FEBRERO DE 1998, es una fecha triste para la ciencia de la medicina del desarrollo, para la salud pública, para el autismo y para la humanidad, no estoy siendo dramático con este comentario.
El año pasado (28/02/2018) se cumplieron 20 años de la lamentable publicación de A. Wakefield y colaboradores en The Lancet. Titulado «Ileal-lymphoid-nodular hyperplasia, non-specific colitis, and pervasive developmental disorder in children.»
Por ese entonces yo trabajaba en área rural como pediatra general. El artículo no lo conocí inmediatamente sino hasta casi un año después, no era tan fácil el acceso a publicaciones médicas como lo es en la actualidad. Como pediatra general, parte de mi trabajo era administrar vacunas a los niños en edad de recibirlas, tanto las inmunizaciones iniciales como los posteriores refuerzos. Sabía del impacto positivo de las vacunas en la salud pública, de la prevención de importantes enfermedades, además fui casi de los últimos médicos que vieron, son relativa frecuencia e incluso algunas epidemias de casos de tosferina, difteria, tétanos, sarampión, poliomielitis, infecciones por Haemophilus influenzae, etc.
La publicación (preliminary report) me impactó profundamente, sentí miedo de vacunar, especialmente de administrar la MMR (triple vírica: paperas, rubeola y sarampión) que por ese entonces comenzaba a ser parte de nuestro programa nacional de inmunizaciones. Y más miedo sentí cuando a finales de 1999 debí administrarla a nuestro primer hijo… Y no niego la tristeza profunda que invadió mi interior cuando poco después, por problemas en el desarrollo del lenguaje, se investiga la posibilidad de autismo: me sentí culpable. Luego el chico no presentó más nada, se desarrolló dentro de lo esperado, es un gran muchacho al igual que sus hermanas. Era lo de esperar, la vacuna MMR no tiene relación con el autismo como ha sido demostrado de manera sostenida.
Pero el artículo de Wakefiled y colaboradores no fueron suficientes para detenerme en la administración de la MMR y de cualquier otra vacuna. Mis razones tenía: fui testigo de la última epidemia de sarampión en nuestro país y de su alta letalidad, así como lo anoto: ¡ALTA LETALIDAD! No es lo mismo el sarampión en nuestros niños desnutridos, como me hizo ver Verónica Gómez (Infectólogo Pediatra) que en otros niños, esto lo conversábamos ayer mientras nos dirigíamos a dar unas conferencias en una región de Guatemala, una situación interesante porque los dos éramos invitados y primero hablaba ella sobre vacunas y luego yo sobre autismo.
¿Y qué otra razón tenía para no plegarme a las conclusiones que podía sacar de esa publicación? Otra razón fuerte: soy sobreviviente de la epidemia de sarampión de principios de los años 70´s en Guatemala, incluso tuve una de sus complicaciones potencialmente mortales, neumonía (de hecho es la principal causa de muerte por sarampión en niños pequeños)
Así que no hice caso de ello y que bueno fue que no lo hiciera. Pocos años después se desveló el tremendo fraude que había detrás de la investigación, incluso su intencionalidad alejada del proceder científico, al punto de quedar conocido como UNO DE LOS GRANDES FRAUDES CIENTÍFICOS DE NUESTRA ÉPOCA.
Pero este fraude está en la raíz de las actitudes negativas de muchas personas hacia la vacunación. Es decir, el sustento es un argumento intencionalmente falso, una elaboración malvada que a la fecha se relaciona con actitudes antivacuna que han producido mucha muerte, dolor y sufrimiento.
¿Por qué esta reflexión?
Cuando leí el artículo de Wakefield yo era pediatra con poco más de cinco años de ejercicio y nueve de ser médico. Y me impactó, creí su contenido, no lo discutí, no vi ninguna mala intención, ni error en aquella información.
Leí un artículo siendo pediatra, había estudiado enfermedades infecciosas pediátricas, tenido experiencia con este tema, en la formación de médico recibí instrucción en salud pública, microbiología (virología en este caso), inmunología, patología, etc. Y no pude discernir la mentira, necesité que alguien más la aclarara.
¿Qué pasa cuando argumentos falsos adornados con algunas verdades son escuchados o leídos por personas sin la formación o el conocimiento suficiente que desenmarañarlos requiere? El artículo publicado el 28 de febrero de 1998 en The Lancet, veinte años después sigue dando muchos problemas, algunos de estos problemas tienen un triste desenlace: muerte de un ser humano. Bueno, en realidad Wakefield nunca dijo (creo yo) que no nos vacunáramos o que no vacunáramos a nuestros hijos, así que de eso no podemos responsabilizarlo, al menos directamente.
CONCLUSIÓN al leer PRECAUCIÓN. No todo lo que brilla es oro y mucho menos lo publicado en internet o en redes sociales ES VERDAD. Sabiduría y discernimiento, hay que pedirlos a Dios.