Hechos reales sumados a la imaginación (más imaginación que otra cosa), con todo respeto a figuras históricas que admiro enormemente.

Los dos hombres se movían a prisa tratando de cubrirse de la lluvia que no cesaba. Caminaban junto a la pared de los comercios y se protegían con sus paraguas, aunque poco era lo que lograban resguardarse con aquella tormenta que parecía nunca terminar. Justo en la esquina una puerta abierta ofrecía el refugio perfecto: un café. Sin pensarlo entraron en aquel lugar.
- ¡Que bien! Pensé que no encontraríamos refugio.
- Si, me congelo. ¡Que lluvia!
Se sentaron en el fondo del salón, colocaron sus paraguas y abrigos en el perchero. Con un gesto, el mayor de ellos, dio a entender al camarero que querían un café para cada uno.
- El difunto profesor Alfred Binet y yo, desarrollamos una prueba para valorar la inteligencia de niños en 1905, la revisamos en 1908 y la tercera en 1911.
- Conozco de las publicaciones, profesor Simon.
- Me parece bien que estés interesado. Deseo plantearte un trabajo en relación a esta prueba.
- Claro, profesor.
- ¿Cuántos años tenías cuando publicaste tu primer trabajo Jean?
- Muy joven,profesor. Fue una cuestión fortuita, se dio la oportunidad y aproveché a escribir sobre el gorrión albino.
- ¿Qué edad tenías Jean? Eso es lo que te he preguntado.
- Disculpe profesor por no ser concreto en mi respuesta. Tenía once años.
- Muy bien. Es un dato interesante, Jean, realmente ejemplar. ¿Te has doctorado?
- Si,profesor. Terminé el doctorado en año pasado (1918) en la Universidad de Neuchâtel en Ciencias Naturales.
- Bueno,bueno. ¿Qué haces entonces estudiando Filosofía y Psicología?
- Es mi interés por la epistemología.
- ¿Conociste al profesor Alfred Binet?
- Solamente su fama, profesor Simon. En persona no, yo era muy joven cuando el murió.
- Oh si, una pérdida irreparable en las ciencias. El profesor Binet nos dejó muy pronto, apenas 54 años, pero sufrió un accidente cerebrovascular masivo que le causó la muerte, casi inmediata.
- Lo siento mucho. Usted era su amigo.
- Si, Jean. Era mi amigo y mi maestro, doble pérdida para mí.
El camarero sirvió a los dos caballeros el café. Un par de tazas que desprendían un aroma único que inmediatamente impregnó el pequeño salón.
- Con quiénes más has trabajado, Jean.
- No con muchos profesor, acabo de llegar a París pero he tenido la oportunidad de colaborar con los profesores pero en Suiza trabajé con Hans Lipps y Eugene Bleuler.
- Oh, Bleuler. ¿Qué hace ahora?
- Bueno, sigue trabajando en sus investigaciones sobre esquizofrenia temprana.
- Muy interesante,me ha llamado mucho la atención su concepto de “autismo”. Pero bueno. Tengo entendido que has incursionado en el psicoanálisis, pero ya me contarás en otro momento Jean.
- Perdón por la pregunta, profesor. ¿En qué es que necesita que colabore?
- Mira, Jean, es muy sencillo. Esta tarea te ayudará a desarrollar tus habilidades clínicas de entrevista, además tendrás la oportunidad de adentrarte en el mundo del razonamiento de los niños al analizar sus respuestas. Estoy seguro que esto te gustará y dará grandes frutos en ti. Tu interés en la epistemología se acrecentará, ya verás como esto deja huella en ti.
- Muy interesante profesor.
- Primero tendrás que familiarizarte con la prueba que diseñamos juntos con el profesor Binet. ¿La conoces?
- La prueba propiamente no, pero si he sabido de sus estudios.
- Eso es bueno, pero debes conocer la prueba, familiarizarte con ella y ya verás.
- Claro, profesor.
- Toma tu café ya provechemos a salir porque la lluvia ya ha menguado.
Dejaron unas monedas sobre la mesa, cogieronsus abrigos y los paraguas, salieron de la misma forma apresurada en la que entraron. Apenas se dieron la mano uno al otro en la puerta del café y cada uno cogió un rumbo diferente caminando con precaución por la banqueta empedrada, muy mojada.
Jean avanzaba, cabizbajo y un poco preocupado por la propuesta del profesor Theodore Simón. Aquello no le entusiasmaba de manera particular, pero era una oportunidad de participar en algo que parecía ser trascendente. Dos mentes brillantes habían creado aquella prueba, trabajar con ella sería interesante aunque, por el momento, no despertara la mayor motivación. No habían acordado nada respecto de remuneración, así que probablemente sería un trabajo altruista, el puro interés del avance de la ciencia.
El camino se le hizo corto a pesar de la larga distancia recorrida. Parecía como que se hubiese metido en un túnel del tiempo y casi saltó de un lugar aotro. Habría querido disponer de más tiempo en esa marcha meditabunda por las calles de París, las ideas eran abundantes y el golpe de la incertidumbre hacía eco en su interior. ¿Cómo decirle al profesor Simón que prefería renunciar a aquella opción de trabajo? ¡Imposible! No se sentía capaz de darle una respuesta de ese tipo a su maestro. Sacó la llave de su bolsillo y abrió la puerta de hierro y madera para entrar al edificio en el que vivía. El chirrido de las bisagras anunciaron, al silencio de aquel caserón, su llegada. Subió apresuradamente los escalones, casi de tres en tres, como volando, tenía prisa de sentarse en su escritorio y pensar, pensar y pensar, algo que Jean sabía hacer a la perfección.
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