Las sombras de la noche comienzan a cubrir todo con su manto. En el horizonte apenas y se divisan los últimos rayos del sol… ¡Anochece!
Una brisa fría recorre las calles del pueblo y se mete por los rincones de toda las casas. Cae sobre mi, casi al instante, esa opresión que me envuelve con sus desesperantes tentáculos… Me fatiga, me ahoga.
Preso de angustia entre cada inspiración y expiración. Un peso grande comprime mi pecho.
El corazón palpita sin control, como caballo desbocado.
Sed de aire.
Agitado y tembloroso.
El aire no me alcanza, no es suficiente, mis manos palidecen, una sensación vertiginosa corona mi cabeza.
Alzo el cuello, como queriendo encontrar qué respirar. Mis narinas se expanden invitando al viento para que apague mi tormento…
Una, dos, tres y hasta cuatro inhalaciones y aquella pócima mágica va aliviando poco a poco esta pesadilla cotidiana.
NOTA: de los cuatro años a los 32 presenté frecuentes episodios de broncoesmasmo por asma bronquial. Esta nota la escribí cuando tenía 30 y trata de describir la angustia desesperada por respirar que produce un ataque de asma.
Dios un día me sanó y al encontrar este escrito entre mis papeles, levanto una oración de agradecimiento.